lunes, 10 de mayo de 2010

Los que saben dicen que no se puede…




Tanto en la estación de servicio como en el puesto policial nos advirtieron que para ir a El Calafate lo hiciéramos vía Río Gallegos, por asfalto. Las “rutas” provinciales de piedra y ripio carecen de mantenimiento (se acercaba la temporada invernal) y tanto el viento intenso como las lluvias suelen “barrer” con partes de sus trazados.
Por esos lugares aprendimos que suele ser inútil preguntar por el estado de los caminos a quienes viven en la zona: frecuentemente desconocen aquello que está a más de treinta pasos de distancia. Por supuesto que ese pequeño detalle no les impide describir cuidadosamente cada centímetro del camino requerido, aunque no posean la más mínima idea al respecto.
La meseta patagónica nos vio transitar la ruta 288 durante 460 km de piedra suelta, con vientos laterales que obligaban a bajar la velocidad: al recibir una ráfaga, la camioneta se “espantaba” sobre un piso que asemejaba bolillas de piedra.
Soledad y fauna autóctona durante horas. Precaución ante frecuentes cruces de ñandúes (uno de ellos le pasó el “plumero” al frontal de nuestro vehículo) y guanacos que no habían sido entrenados para evitar el tránsito, ya que… los únicos que transitábamos éramos nosotros.
Detención para devorar unas empanadas (compradas en Puerto Santa Cruz) dentro de ese paisaje hosco y maravilloso al mismo tiempo.
El asfalto nos recibiría para llegar a El Calafate.
Los Andes australes empezaron a dibujarse frente al parabrisas y asomaron los primeros lagos…

No hay comentarios:

Publicar un comentario