Nos acercábamos a la mitad del tiempo previsto para las vacaciones y había dos opciones: dirigirnos hacia el Norte por la Cordillera (rumbo a Esquel) o lanzarnos al “Fin del Mundo” (Ushuaia).
La primer alternativa tenía como ventaja un trayecto desconocido y de casi nulo tránsito por inciertos caminos de montaña, sin refugios o estructura vial conocida. La sensación adversa radicaba en que –inexorablemente- significaba orientar la proa hacia Buenos Aires, y un amargo sabor a “vamos de regreso” nos empastó las bocas.
Retroceder, nunca. Transitar rutas comerciales, jamás (mientras se pudiera evitar…)
Partimos temprano (uno de los pocos madrugones de la travesía) para abandonar pocos cientos de kilómetros después el asfalto y recorrer varias horas una ruta de piedra hacia Paso San Gregorio (límite con Chile).
Allí fuimos declarados “ilegales” por unos minutos: sin advertirlo, atravesamos la frontera obviando los trámites de salida desde Argentina. Cuando presentamos nuestra documentación en el puesto de ingreso a Chile, la Policía de Seguridad se escandalizó porque no teníamos las certificaciones de Gendarmería y Aduanas de Argentina: “Tienen que volver para hacer los papeles allí, no sé cómo los van a recibir porque ustedes egresaron en forma ilegal…”
Una hora más tarde, todos “los papeles” estaban en orden y los neumáticos rodaron rutas chilenas.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario